¡Hola!
Aquí Rafa Rodríguez, editor de Carambal.
Esta es la primera newsletter de la revista. Todos los primeros miércoles de cada mes la recibirás (si te has suscrito), gratis, en tu correo.
Bueno, cada mes no, que ahora estaremos dos sin enviarla (la próxima será el 1 de octubre), que nos vamos de vacaciones.
¿Qué encontraréis aquí? Cosas ricas. Un recordatorio de lo que se haya publicado en la web, algún avance de historias que os contaremos próximamente, unas pocas recomendaciones y una pizquita de temas exclusivos que no podréis leer en otro lado.
Si alguien ha llegado de rebote por estos lares, solo quiero recordarle que Carambal es una revista digital que cuenta historias (que no la Historia) de la València del siglo XX.
Y en este primer mes de pretemporada recorrido ya hemos publicado unas cuantas (para leerlas, enlace en las negritas). Por ejemplo, la de Juan Wang Tiang, ciudadano chino que vendía collares en Las Arenas en los 60 y 70. O la del Comandant, el primer pub de València que tuvo una cabina para pinchar vinilos.
Además de contar historias, hacemos entrevistas largas. Por ahora dos, ¡y menudas dos! A la periodista Mª Ángeles Arazo con la excusa de recordar su clásico València, noche y al bibliófilo coleccionista Rafael Solaz, que lo sabe (casi) todo sobre València.
No se vayan todavía que aún hay más
La idea es ir transitando por todas las décadas del siglo XX. Ya hemos estado en la primera con las gamberradas de l’Antigor, en los 70 con las fotos de El Rastro de José Manuel Guillén o en los 90 con un atraco perfecto en el centro de la ciudad durante una mascletà.
Y luego están las no-secciones. Por ahora, hemos estrenado cuatro: La otra guía con unos perretes bebiendo cerveza; #labiblio con un libro con el que revivir la València de 1937 en plena guerra civil española; La máquina del tiempo que nos lleva de la mano de Juancho Plaza a La Marxa de los años ochenta; y los Flashes, brevísimas historias (esa Gracita Morales vestida de fallera) con mucho condimento.
Cuando Moustaki tocó en una fromagerie de Cánovas
Au Piano Vert fue una fromaggerie situada en la calle Salamanca, especializada en cocina francesa. En su entrada había un piano, evidentemente, verde. Color, también, de las letras de su pizpireto rótulo
Su dueña, Sole Fillol, no solo sabía tocarlo, sino que había estudiado la carrera de piano. Aunque ella, en realidad, lo que quería era ser actriz, tal y como le confesó a Mª Ángeles Arazo en una entrevista.
Cuando se casó se marchó a vivir unos años a París. Fue su marido quien le puso en contacto con el mundo de la hostelería a través de un restaurante que tenía en la calle Bailén. Cuando Sole se quedó viuda lo traspasó. Un día cenando en Madrid en una fromaggerie se le encendió la bombilla.
En la carta de su Piano Vert se podía elegir entre la fondue de queso, la fondue de carne, crepes, la raclette, doce especialidades de queso, seis de patés, un cóctel de espárragos con una salsa secreta, ensaladas, postres...
Con semejante oferta no resulta extraño que Georges Moustaki, en una de sus visitas a València (evidentemente no en la de 2009 en la que tuvo que abandonar, por motivos de salud, el escenario del Palau de la Música después de interpretar solo cinco canciones) decidiera probar las delicias del restaurante. No fue el único cliente ilustre, también Juan Antonio Bardem o José Antonio Labordeta se sentaron en sus mesas.
Pero, volviendo al músico de origen egipcio y militancia francesa en el Au Piano Vert, muy contento debió de quedar con los sabores de los platos que probó porque aquella velada la concluyó, de manera espontánea, tocando ese piano verde que había en la entrada (seguramente más por decoración y/o recuerdos personales de su dueña que por razones musicales) y que también daba nombre al establecimiento. Más si cabe a partir de aquel inolvidable día.
#lasreco
En Carambal te hablamos de historias del siglo XX, en #lasreco de su newsletter te recomendaremos todo aquello que desde la actualidad (vamos, desde el siglo XXI) nos traslada a aquel. Libros, expos, discos, pelis, documentales…
¡Viva el arroz! Gutiérrez visita Valencia es la exposición que podéis ver hasta el 14 de septiembre en el Colegio Mayor Rector Peset. Como su maravilloso título anticipa, las visitas que la fantástica revista Gutiérrez (editada entre 1927 y 1934) realizó a Valencia son la excusa para un festín absoluto en torno a la publicación, con proliferación de maravillosas portadas, viñetas, material variado, un vídeo y ¡¡¡originales de K-Hito!!!, que fue director de la misma. Parece ser que habrá catálogo para después del verano.
35 años no se cumplen todos los días y menos un grupo de música. Doctor Divago los tiene y muy bien llevados. Y para celebrarlo han unido fuerzas dos imprescindibles de la escena valenciana: el programa de radio El Club de Amigos del Crimen (dirigido por el gran Javier Pérez) y Osadía Ediciones. El resultado es Una vida es demasiado poco… Homenaje a Doctor Divago 35 años, un cd de impecable presentación y estratosférico contenido que recoge diecinueve versiones de los homenajeados. Abre Gilbertástico, cierra Juancho Plaza, y entre ellos desfilan Santi Campos, Luis Prado (con guiño en la letra), Los Radiadores, Cándida, Ona Nua, Una Sonrisa Terrible, Samuel Reina, FaNáticos, Lanuca, Santiago Penagos, Caballero Reynaldo, Raquel G Cabañas, Óscar Ogalla, Serpentina, Òscar Briz, Ambros Chapel y Tesouro. La edición digital suma dos más, Limbotheque y Prado haciendo doblete. Por solo 15 euretes es tuyo aquí, o aquí, o en Oldies, Amsterdam, Tulsa o el King Creole.
Viaje al interior de la cárcel Modelo a finales de los 70
Frío, ratas y café o-lo-que-sea. Podría ser un buen resumen de la vida dentro de la cárcel Modelo de València a principios de 1978. El periodista Antonio Goytre lo contó en las páginas de Valencia Semanal a partir del testimonio, en primera persona, de varios internos.
Eran tiempos agitados, con motines cada seis meses, indultos que no llegaban, mejoras que apenas se notaban y promesas que no se cumplían. Las quejas sanitarias (denuncias de instrumental viejo, presos atendiendo en enfermería, poca luz en las instalaciones, encierro total los primeros cinco días de ingreso en la prisión para prevenir enfermedades contagiosas sin ningún tipo de atención higiénica…) eran habituales.
A las 6.45h una trompeta les despertaba. Frío y humedad “en esta asquerosa celda que odias con todas tus fuerzas”, contaba un preso. Un nuevo día, las mismas rutinas de siempre, las mismas caras.
Primero el recuento. A las 7h, el café (o lo que sea) y un panecillo. Paseo helado por el patio, por el que “todas las noches pululan ratas”. Segundo recuento con el cambio de guardia. Segundo paseo. No había bancos en el patio. Solo el water, “que da miedo verlo”. Tocaba andar de un lado a otro, “perder el tiempo”, menos los pocos afortunados que trabajaban.
Había cuatro talleres para ello en la Modelo. Ocupaban a una quinta parte de la población reclusa. En uno se construían pequeños barcos y palos de escobas para fregonas, mientras estaban en contacto con materiales tóxicos. En otro fabricaban guitarras para Musical Benavent, cobraban en torno a las 1.800 pesetas al mes por fabricar unos instrumentos que superaban las 2.000 en su venta al público.
La comida (“solamente hay tres días que se puede comer regular”) era a las 12.30h. Cuando acababan, tercer recuento. Hasta las 15h cada uno en su “inhabitable” celda (“solemos escribir, o leer, o dormir un rato”). Por la tarde más de lo mismo: toque de corneta, paseo, nuevo recuento. 18.30h, frío y hambre. Entraban en la galería. “Hay una celda doble llamada, pomposamente, biblioteca, sucia, casi sin libros, llena hasta los topes de gente, humo, mal olor”.
Antes de cenar tocaba otro recuento. “En la celda ceno como puedo, sin mesa ni silla, un plato de hojalata y una cuchara, como animales”. En el mismo lugar donde hacían sus necesidades, “el olor es nauseabundo (…) y pululan los mosquitos, las cucarachas, los chinches”.
Y llegaba la temida noche. Último recuento, masturbaciones furtivas, portazos, luz apagada, silencio, eran las 22h y la cabeza empezaba a darle vueltas a todo, esperando que el día siguiente fuera distinto, pero sabiendo que no, que por algo se le llamaba condena a lo que cumplían.
Próximamente en sus pantallas
Nos vamos de vacaciones, pero la nevera de Carambal está llena (además de gazpachos, helados y melón) de historias para después del verano. Por ejemplo, la de una cupletista e influencer (cuando aún no existían las influencers) que revolucionó la ciudad en los años diez. O la de unas fotos de València durante la Guerra Civil aparecidas en El Rastro de Madrid y que, ¡oh, maravilla!, nos ha prestado su propietaria.
También se prepara una buena en las redes sociales carambalescas. Pero el baile se reanudará el 15 de septiembre. Hasta entonces, ojito con el calor, evitad los mosquitos y a los negacionistas, y recordar que una siesta con el Tour de fondo vale por dos.
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☀️ ¡Feliz verano!